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viernes, 7 de septiembre de 2012

-La amo. -Decía mientras limpiaba sus besos de sangre.


 Aquello ya rayaba lo banal, se salía de lo normal y cualquiera podía darse cuenta. Hacía tiempo que las cosas había cambiado, probablemente demasiado. Sus amigos, sus familias, se habían dado cuenta antes que ellos mismos. Al principio, todo iba bien, eran una pareja normal, feliz, como tantas otras. Pero poco a poco, fue degradando, hasta un punto insostenible. Ya no se amaban, ahora eran presos de sus cuerpos, de sus necesidades. sus ojos se habían vuelto rojos, apenas dormían, sus labios se habían agrietado tras tantos y tantos besos innecesarios, y sus cuerpos estaban débiles, sin fuerzas, desgastados, tras tantas noches en vela. Era una relación meramente carnal, cuerpo contra cuerpo, las almas habían quedado destronadas, habían quedado en un segundo plano. Y todos sabían que eso no acabaría bien, era imposible. Sus necesidades físicas habían trastocado su mente, los estaban volviendo locos, eran yonkies el uno del otro. Y ya nadie podía hacer nada, sólo ellos mismos, y ellos no tenían intención de cambiar un ápice de su extraña relación. Y siempre querían más, tenían ansias de más, y ni el cansancio físico los detenía. Si no podían permanecer despiertos, tendrían que buscar una solución. Tuvieron la feliz idea de pasar a las drogas, sustancias que los ayudarían a seguir disfrutando del cuerpo del otro durante mucho más tiempo, y de una manera distinta, más chabacana, olvidando por completo el respeto al otro, olvidando el respeto por los cuerpos de ambos. Y cuando llegó el primer golpe, ambos se quedaron sin saber cómo reaccionar. Pero sintieron una extraña sensación, de placer a la vez que dolor, y repitieron, cada vez más fuerte, hasta que perdieron completamente el control, en una lucha de carnes, de dos adictos a la piel, a los labios, al roce. Tras un tiempo, eran irreconocibles, tanto por fuera, como por dentro. Sus cuerpos se habían deformado, se habían acomodado a sus nuevas costumbres. Tenían unas pintas horribles, pero a ellos ya no les importaba lo que pensaran los demás, sólo se importaban ellos mismos. Y sus mentes habían disgregado hasta sólo pensar en el cuerpo del otro, estando como ausentes, como en estado de shock, estaban como idos. Eran zombies, hacía mucho que habían dejado de ser seres humanos, hacía tiempo que habían dejado el raciocinio atrás. Y llegó la fatídica fecha en la que sus duelos de piel mezclados con drogas llegó a más, fue el mayor descontrol que jamás se haya visto. Y él apenas se dio cuenta de lo que había hecho, cuando la vio, yaciendo entre sus brazos, sin vida, más pálida que de costumbre, llena de sangre por los labios que tanto lo habían besado a él. Y un grito desgarró la garganta del chico, notando cómo volvía a llegarle la sangre al cerebro, dándose cuenta de que lo que yacía entre sus brazos no era un simple trozo de carne como él la había tratado, sino que era la mujer de su vida, la que un día amó más de lo que podía recordar en ese momento. La abrazó con fuerza, y se acercó por última vez a sus labios. 
-La amo.- Decía mientras limpiaba sus besos de sangre.

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