Aquello ya rayaba lo
banal, se salía de lo normal y cualquiera podía darse cuenta. Hacía tiempo que
las cosas había cambiado, probablemente demasiado. Sus amigos, sus familias, se
habían dado cuenta antes que ellos mismos. Al principio, todo iba bien, eran
una pareja normal, feliz, como tantas otras. Pero poco a poco, fue degradando,
hasta un punto insostenible. Ya no se amaban, ahora eran presos de sus cuerpos,
de sus necesidades. sus ojos se habían vuelto rojos, apenas dormían, sus labios
se habían agrietado tras tantos y tantos besos innecesarios, y sus cuerpos
estaban débiles, sin fuerzas, desgastados, tras tantas noches en vela. Era una
relación meramente carnal, cuerpo contra cuerpo, las almas habían quedado destronadas,
habían quedado en un segundo plano. Y todos sabían que eso no acabaría bien,
era imposible. Sus necesidades físicas habían trastocado su mente, los estaban
volviendo locos, eran yonkies el uno del otro. Y ya nadie podía hacer nada,
sólo ellos mismos, y ellos no tenían intención de cambiar un ápice de su
extraña relación. Y siempre querían más, tenían ansias de más, y ni el
cansancio físico los detenía. Si no podían permanecer despiertos, tendrían que
buscar una solución. Tuvieron la feliz idea de pasar a las drogas, sustancias
que los ayudarían a seguir disfrutando del cuerpo del otro durante mucho más
tiempo, y de una manera distinta, más chabacana, olvidando por completo el
respeto al otro, olvidando el respeto por los cuerpos de ambos. Y cuando llegó
el primer golpe, ambos se quedaron sin saber cómo reaccionar. Pero sintieron
una extraña sensación, de placer a la vez que dolor, y repitieron, cada vez más
fuerte, hasta que perdieron completamente el control, en una lucha de carnes,
de dos adictos a la piel, a los labios, al roce. Tras un tiempo, eran
irreconocibles, tanto por fuera, como por dentro. Sus cuerpos se habían
deformado, se habían acomodado a sus nuevas costumbres. Tenían unas pintas
horribles, pero a ellos ya no les importaba lo que pensaran los demás, sólo se
importaban ellos mismos. Y sus mentes habían disgregado hasta sólo pensar en el
cuerpo del otro, estando como ausentes, como en estado de shock, estaban como
idos. Eran zombies, hacía mucho que habían dejado de ser seres humanos, hacía
tiempo que habían dejado el raciocinio atrás. Y llegó la fatídica fecha en la
que sus duelos de piel mezclados con drogas llegó a más, fue el mayor
descontrol que jamás se haya visto. Y él apenas se dio cuenta de lo que había
hecho, cuando la vio, yaciendo entre sus brazos, sin vida, más pálida que de
costumbre, llena de sangre por los labios que tanto lo habían besado a él. Y un
grito desgarró la garganta del chico, notando cómo volvía a llegarle la sangre
al cerebro, dándose cuenta de que lo que yacía entre sus brazos no era un
simple trozo de carne como él la había tratado, sino que era la mujer de su
vida, la que un día amó más de lo que podía recordar en ese momento. La abrazó
con fuerza, y se acercó por última vez a sus labios.
-La amo.- Decía mientras limpiaba sus besos de
sangre.
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