Cierras
los ojos. Oscuridad, silencio. Los abres. Oscuridad, silencio. O tal vez ha
sido al revés y antes los tenías abiertos y los acabas de cerrar. No hay diferencia
alguna. No, no la hay. Ni una suave brisa, ni el mínimo ruido, el
mínimo halo de luz. Parece que se haya detenido el tiempo, ¿quién sabe? Y te
preguntas por qué. Por qué esa oscuridad que empieza a horadar tu mente, tu
cuerpo, tu alma. Por qué ese silencio retumba en tus oídos, ensordecedor. Antes
de preguntar siquiera ya tienes la respuesta. Esa imagen comienza a dibujarse
en tu mente, primero vagamente, borrosa, casi como un cúmulo de trazos al azar.
Pero conforme vas pensando, y pensando, y pensando, pequeñas pinceladas van
dando forma a esa imagen. Tu pecho se encoge ante la posibilidad de vislumbrar
de nuevo esa imagen. Pero va tomando fuerza.
Sí, ya empiezas a visualizar cada una de sus facciones. Sus ojos te
vuelven a mirar después de tanto tiempo, y tu corazón, como tantas otras veces,
se acelera y frena al mismo tiempo. Después sus labios. Eres capaz de
imaginarlos a la perfección, fruto del deseo que tanto tiempo te ha dominado de besarlos. Y, ¿por qué no?
Los imaginas sonriendo. Y sin siquiera darte cuenta, esa misma sonrisa se ha
formado en tu cara. Aún la imagen es algo difusa, pero no te preocupes, lo
quieras o no la vas a acabar dibujando a la perfección. Una repentina calidez
recorre todo tu cuerpo, desde tu pecho
hasta la punta de tus pies. Es una sensación tan sumamente agradable como
pasajera, pero siempre es de agradecer. Te sientes levitar, con esa sola imagen
aún difuminada, en tu mente, en tu pecho se instala una paz y tranquilidad
envidiables. Pero sabes… tienes la certeza de que esa sensación es tan sólo
transitoria, que antes o después debes volver al suelo… Pero ahí arriba se está
demasiado bien, ¿verdad? Te crees capaz de todo, hasta de enfrentarte a ti
mismo. Tu mente vuelve a lo suyo, y
sigues visualizando su imagen, perfeccionándola, añadiendo detalles que
solamente tú has sido capaz de apreciar tras tanto tiempo observando en la
sombra. Sobre todo te centras en sus manos, pues has deseado muchas veces
acariciarlas, que te acaricien, que te pertenezcan. Un repentino silencio. Ya
le has vislumbrado completamente. Una imagen nítida en tu mente. Sí, ahí está, eso de lo que tantas veces has
querido huir. No te engañes, no puedes, siempre vuelve. Por un momento eres tan…
¿feliz? No creo que pueda considerarse así, pero así te sientes. De nuevo
levitas, más alto que nunca. La calidez de tu cuerpo se hace más latente, y sientes
que nada puede destruirte. Te haces fuerte por momentos gracias a ese recuerdo.
¿Lo ves? Te has empeñado en huir temiendo la caída que vendrá después. Pero
ahora prefieres disfrutar del momento. Y lo disfrutas hasta que…
Abres
los ojos. Hay luz, sonidos, sientes hasta frío. La imagen te ha devuelto a un
lugar del que no debiste salir nunca: el mundo real.